Hay gente que nace con una buena estrella pegada a los talones. Entonces va por la vida y, aunque la vida se empeñe en contrariarles, en ir cerrando vías, ante ellos se aparecen siempre caminos nuevos y más iluminados.
Andan en parihuelas, no se manchan de barro y, si lo hacen, el barro es siempre arcilla curativa, que tonifica y curte.
Hay gente que atrae lo bueno, que lo encuentra, que se tropieza siempre con lo hermoso, que por donde caminan nunca llueve, y si lo hace, la lluvia es siempre amable y redentora.
A veces, como ahora, creo en mi buena estrella porque aún estando al borde mismo de la sociopatía me desenreda el pelo la más dulce versión del ser humano y la vida me trata como a una reina.
Hace ya un mes que me conté un secreto, que me llené los pies de arena
Una pequeña nube que escucha lo que susurran los pájaros imaginarios
Ya hace un mes que fui una niña por la playa, que me puse su ropa
Que construimos esta historia incorrecta, inexacta, inacabable
Un mes (un mes) tragando agua salada
Soñando un día que nunca se termina
Un día que se va en barca y no atardece, no llega a amanecer, nunca es de noche
Seguro que hay alguien ahí afuera que cuenta mejor este argumento:
algún pez, un taxista, un camarero
Porque yo, sumergida, loca o qué
Salgo de mi escondite disparada
Me voy a la oficina, a la cocina, a América
Me voy pero me dejo
la sandalia enganchada en tu terraza
Y en el chinche satélite que no me da un respiro
Que me brilla en los ojos
Me contó Frida Kahlo desde su desintegración gran parte de lo esperado.
Entonces, Tú me llueves. Yo te cielo. Huella de pies y huella de sol. Nada vale más que la risa.
Apaguemos la luz, darling, hasta mañana.
Por qué lloras?
Yo no lloro, estoy sudando, solamente.
Entonces comprendí que su cobardía era irreparable.
Yo quisiera poder hacer lo que me da la gana, si para ello he de fingirme loca
Así me reiría a mis anchas, podría salir desnuda a los balcones, sentarme en medio de la acera, sin tener en cuenta los días o las horas o si llueve o si el sol chamuscará mi espalda o quemará las puntas de mi pelo.
Veo en este proceso una gran puerta abierta, un mundo más allá de la parálisis, del miedo. Si deseo una textura más brillante aumentaré la cantidad de grito trastornado.
Abandonaré el nido seguro, confortable, para alcanzar la otra dimensión. Orate para que me soporte libre. Mundo entero. Total. Sola. Sin alma. Sin conciencia. Sin abstinencia. Loca desintegrada como Frida que de tanto que amó no supo ni qué hacer sin el absurdo.
Tenía la sartén al fuego. Estaba muy caliente. Freí un suspiro. Lo había rebozado. Me di de merendar dulzuras. Tomé de postre un beso muy tostado y me fui a dormir con la miel en los labios. Esa noche no había nada para cenar.
Agosto toma un café al otro lado de la barra. Habla despacio mirándome a la boca. Agosto quiere decirme algo, invitarme a salir, bailar conmigo. Acerca a mi banqueta su olor a azúcar, su distancia, su voz interminable, su mano camarera. Agosto me mira de reojo, sin sonrisas, sin tiempo, sin calores. Me hospeda, me reclama, tiene a punto el perfume, la tristeza, el invierno. Me cuenta poca historia mientras piensa en mis cuentos. Yo sé bien que este mes nunca me dirá nada pero veo lo que piensa porque se le sale la vida entera por los ojos.
Apoyada sobre mis dedos.
Sentir. Ser.
Sin más que yo.
Todo me duele como si no fuera mío.
Tengo una sed antigua. Espaciada.
Los ojos, ni cerrados se consuelan.
Pan para hoy.
Me recorro como recorrería el filo de un cuchillo.
Las heridas no sangran.
Un adiós al revés.
Un día que me levanto con las manos vacías.
Otro, le pido a alguien que me cante una nana.
Tengo tantas palabras azules que se me han hecho costra y no se me desprenden.
Soy, a veces, colores.
A ratos, penitencia.
Y nunca me bendicen los silencios.
Si me apuras, me matan.
Arrugo lo que está recién planchado.
Hoy la lluvia y la noche (larga y fibrosa) se han dado la mano. Amanece. El cuerpo pide café y el alma pica como punta de lápiz afilada. Cuando la sábana estorba y la desnudez incomoda no hay forma de esconderse de los números rojos que gritan en el despertador. Ni bálsamos ni sedantes mejoran la compostura. Lo sabes de memoria. Cuando entra la zozobra no hay guarida. Sólo esas ganas locas de salir corriendo hacia la gran bocanada de aire fresco, el mordisco de vida que se lleve esta suerte de zanja que se abre de lado a lado. A lo mejor si tuviese las manos más quietecitas...
Anda que no estoy cansaíta ni ná. He venido dando oportunidades a diestro y siniestro, que digo, venga, verás como ahora sí. Pues no. Y me estoy hartando, me estoy volviendo rara. He empezado a tachar números de la agenda hasta que me ha quedado uno por página, quitando la X, que no conozco a ninguna Ximena ni similares. Me estoy volviendo huraña. No voy a fiestas ni celebro mi cumpleaños. Partí las peras hasta con el frutero, que había sido mi confidente en tiempos mejores y más fructíferos. Mira que soy estúpida, que no tengo ni perrito de peluche al que acariciar, que me voy a quedar más sola que la luna, que todos los trajes me están resultando cortos. Pero, dónde me creo que voy? Y con quién? Habré perdido el Norte? Me temo que la cosa es aún más grave, me temo que lo he encontrado y ahora me sobran tantas cosas...
El Mississippi, agua, te hace flotar pero también te ahoga. Admitamos que demasiadas especias en las salsas terminan estragando. El bochorno y la humedad relativa del aire me tuvieron sumida en una especie de ensueño aletargado del que me refrescaron las aguas pantanosas, paisaje dormido y silencioso de verdes y árboles emplumados.
Nueva Orleans se oye, se huele, se respira y atora algún que otro sentido. Bourbon Street es la noche y la salva la música. El resto, me da que sólo encanta a los reprimidos norteamericanos. Sexo y alcohol de cóctel artificioso. Se lo pasan pipa lanzando collares a las encantadas nenitas que se abren el escote bajo los balcones. Menos mal, decía, que la música de cada garito te redime, sobre todo la del Preservation Hall, el jazz, no más.
Hice fotos, más de mil, pero como soy analógica aún las estoy revelando, traeré algunas hasta aquí para que se vea lo que he visto, para que nos tomemos un bigné en el Café du monde o compremos tabasco en el Mercado francés, nos subamos a los balcones trufados de helechos y quien quiera se coma una ostra que de puro sinsabor te hace añorar el mar. Yo también he añorado otras cosas, otras diversiones, placeres menos afectados. Desagradecida y desconsiderada, lo sé, pero qué puedo hacer si lo que soy se va conmigo a todas partes.
Allá voy, a por el jazz, a por las noches, a por mi lado oscuro, al Mississippi... África en América... Clarice buscando por el French Quarter...
Algunas palabras son tan buenas, tan generosas, que me dejan decirlo todo, se dejan, me corresponden.
Extraño, raro, singular, que no guarda relación alguna con aquello de que forma parte, de mi vida. Extraño a mí, asombroso, la preposición lo aleja y lo acrecienta, lo excentricica.
Pero si lo extraño, si lo añoro, es que lo extraño a lo mejor no debería serlo tanto. No debería ser cosa rara, inusitada. Si me extraña extrañarlo, si me hace sentir incomodidad o reserva hacia algo que no se ha experimentado (me advierte el diccionario) esta extrañeza me maravilla de puro rara.
Si en la lejanía se hace más extraño, más todavía me extraña extrañarlo tanto.
Extraño, dícese también en física (hmmmmmmmmmmm) del número cuántico que reseña la interacción fuerte (o fortísima, añado) a que son sometidas ciertas partículas (partes muy diminutas, aunque elementales, del alma) Tú sabes?
Dame tiempo para darte
Todo lo que tengo
Quién me lo iba a decir... En fin, quién. Con lo mal que me vino el consejo del Nóbel sobre la reflexión, frustrando mi actividad sexual la noche aquella. Quién me iba a decir que me hablaría tan cerquita, apenas a una copa de vino blanco.
Yo le decía, Perdidita estoy.
Y él, El caos es un orden por descifrar.
Yo le decía, ¿Dónde colocaré todo esto?
Y él, El mundo no se termina en el rectángulo de una fotografía.
Luego me dice, La historia del mundo es la historia del palpitar de infinitas mariposas que dan origen a infinitos terremotos.
Yo le digo, Y yo estoy en medio del seísmo.
Él contesta, El punto de vista lo determina todo.
Y añade, Las constelaciones sólo existen para nosotros, que miramos desde la Tierra. Un paseíto por la galaxia nos desvelaría sin duda nuevos dibujos estelares.
Y ambos pensamos, ¿Por qué pensamos lo que pensamos?
Y él me habla de la conciencia infeliz y yo corro un tupido velo.
Y yo le pregunto, ¿Cómo salgo de ésta?
Y él suspira, Soy un médico incapaz de curar pero hago diagnósticos estupendos.
Le digo, ¿Y Clarice Lispector?
Me responde, Clarice Lispector le gusta a todo el mundo (seguro que hasta lo piensa).
¿Y qué hay que hacer cuando la Lispector te desencaja?
No hay nada que hacer entonces, reconocemos.
Olas. Llegan. Acarician. Se repliegan. Se alejan. Intentado borrar todas las huellas en la arena. Pero... Siempre... arrastran sedimentos y ya nunca vuelven a ser las mismas.
Ingredientes:
Dos personas recién encantadas/contradas
De dos a mil bolas de helado de fresa
Un mar de burbujas de cava
Una única cucharilla de postre
Elaboración:
Dejar reposar el helado lo suficiente para que adquiera una consistencia de beso, que el cava no se temple por nada del mundo, que la cucharilla pasee de boca en boca, cargándose de los deseos del paladar del otro. Dejarse hacer. Mantener el helado en la boca hasta que el mar de burbujas lo disuelva chocando contra la lengua como en un rompeolas. Tragarse la tarde, como si no ocurriese nada más en el mundo.
Consejos:
Se trata de un postre con alto grado de adicción y además repite y repite y puedes tardar años en quitarte el sabor de las fresas, el cava y la cucharilla de la boca y del alma.