Antes de acudir a mi cita con Hanny he decidido investigar un poco y finalmente he descubierto que sólo es un tipo al que le gusta la gente. Hasta qué punto?... Supongo que poco hecha.
Mi hija hizo el domingo la primera comunión y no tuvo fiesta, ni vestido, ni regalos, ni recordatorio con sus manitas apoyadas en la mejilla, ni padrinos, ni siquiera tuvo padres. Su abuela (que ahora se ha convertido al cristianismo fundamentalista) se la llevó a misa subrepticiamente y le sugirió , con leves empujoncillos hacia el altar, que comulgara. Ella, que estaba hambrienta a esas horas del aperitivo dominical, no dudó en tomarse el canapé que resultó más insípido de lo que esperaba y se le pegó al paladar como un trozo de papel reciclado. Luego su abuela soltó unas lagrimitas de emoción que desconcertaron a la niña y la hicieron sentirse culpable. Ella, que tuvo su primera crisis existencial a los seis años, que siempre ha sacado sobresaliente en alternativa, que no se ha aprendido el cuatro esquinitas tiene mi cama, que es el agnosticismo hecho niña... Hizo su primera comunión en ausencia de familiares y amigos (salvo la susodicha abuela instigadora).
Menos mal que, para la ceremonia, llevaba un pantalón vaquero desteñido que le permite mantener algo de su imagen transgresora. A la abuela le hemos dicho que por lo menos se pague una comidita, no? Para celebrarlo. Por cierto, alguien sabe si esto de la comunión desgrava en Hacienda?
Al fin sola
El otro día, en una entrevista en la radio, Saramago decía que era muy importante pensar, reflexionar, que había que hacerlo al menos cinco horas al día. Se me ocurrió alabar el comentario. Por la noche, yo quería hacer el amor y él me dijo que estaba en sus cinco horas de reflexión, siguiendo las indicaciones del luso. Es que soy una bocazas.
Las cosas que me contaba esa mujer me parecían de niña. Lloraba por tonterías. Fumaba. Me preguntaba si creía que la querían. Me pedía consejos que nunca he tenido. Las cosas que me contaba esa mujer eran suyas y yo no quería compartirlas, ni saberlas, ni pensarlas. Pidió otro café. Se secó las lágrimas. Encendió otro cigarro. Volvió a llorar. Pedía perdón por todo y yo no me veía al otro lado de la mesa. Yo no soy comprensiva, no sé escuchar, no quiero responsabilidades. Las cosas que me contaba esa mujer no me las tenía que estar contando a mí y yo quería que terminase el café, que me dejara escapar. No quiero ser confidente, no quiero ser amiga, no quiero compartir problemas, intimidades, y acabar haciendo una fiesta de pijamas.
Cuánto me gustan los mimos de la vida. Los placeres en estado puro, los excesos. Cómo me dan la vida algunos ratos, algunos días, alguna gente. Saborearlo todo como si fuera la última copa y sabiendo además que hay más vino en la bodega. Viernes, sábado y domingo, mucho más de tres días, mucho más que un país, mucho más que un fado y que un río y que un oporto... Mucho más y cuánto y cómo y qué gloria...
En estos días, gente con la que normalmente no hablo me hace preguntas acerca de mis vacaciones y así nos enrollamos un ratito. Que si dónde te vas, que si cuándo, que si pues yo me las cojo mañana, que si yo el mes que viene, que si así cuando todos volvamos te vas tú, que si el pueblo, que si la sierra, que si Valencia, que si Jamaica... Estoy pensando que a lo mejor todos tenemos ganas de hablar habitualmente pero no sabemos de qué. Podríamos proponer a la humanidad un tema de conversación al mes, así seríamos más locuaces y no permaneceríamos en silencio mientras vamos en el ascensor o esperamos en la cola del super, veríamos caras menos circunspectas. O a lo mejor es que de lo único que queremos hablar es de las vacaciones, todo puede ser. Que lo demás nos importe un pito. Es muy probable.
Hago una evaluación positiva, en general. Veo que se cumplen los mínimos de calidad. No está seca ni abatida, no es anodina, deprimente ni dolorosa. Tiene bastante luz, florece. Se mece, se balancea acercándose a veces peligrosamente al ciertos precipicios pero enseguida se repone y consigue mantener el equilibrio a base de una cierta ingenuidad. Si se da de narices contra el suelo siempre hay quien le acerque una tirita, si duele hay bálsamos en todos los estantes. Observo desde lejos esta frágil estancia y creo que el informe será finalmente favorable siempre que los planes de mejora permanezcan al día y siga abierto el buzón de sugerencias (el de las quejas fue cerrado por mohíno).
¿Existe la palabra misántropa o sólo los chicos tienen derecho a odiar a la especie humana?
Respirar, ommmmmssssssss. Necesito respirar. Beber agua. Hidromasaje para los bajos instintos, que se relajen las iras, que se tonifiquen las sonrisas. Respirar, ommmmmmmsssssss. Buscar lo amplio. Amanecer a las ternuras, despejar los placeres atolondrados, limpiar mi casa. Sanear, exfoliar la mente para no dejar ni una sola de las células muertas. Respirar, perseguir el libre albedrío y darle rienda suelta antes de sucumbir ante esta torre inmensa de papeles grises que amenaza con venírseme encima.
Tengo un montón de complejos que camuflo con estos aires de superioridad.
Tú de que vas, tía? Voy de chula, qué pasa?
El caso es que me estoy dando cuenta que, de tanto disimularlos, los complejos hasta se me han olvidado.
Me acaba de llamar y me ha dicho, me gusta como te queda el pelo últimamente. Te hace cara de mala.
Tengo un peruano viviendo en el salón de mi casa. Le encontré sentado en el suelo, en un rincón, la noche del viernes pasado y, supongo que debido a la intoxicación etílica que te hace poner luz de racionalidad a las cosas más inverosímiles, pensé que era un chamán que andaba por aquí bendiciendo todos los rincones de mi hogar. Sin embargo, después de observarle durante toda esta semana y comprobar que no es ciego (el único chamán que conozco lo es) me está empezando a resultar más bien una especie de guardia de seguridad, que tampoco me vendría mal, sobre todo para evitar que la casa se me siga llenando de gente desconocida. Apenas hemos intercambiado tres palabras el peruano y yo. Come poco y no hace nada de ruido así que no molesta. Ayer le invité a tomar el té con nosotros en la salita pero hizo un gesto negativo con la cabeza y entró en esa especie de trance meditativo en la que se pasa la mayor parte del día. Les he dicho a los niños que no hagan mucho ruido porque al hombre se le ve muy concentrado en sus cosas y no quiero que le distraigan. Las apariciones peruanas, es lo que tienen.
He bajado a tomar un café. Estaba ojeando el periódico cuando se ha acercado a mí una chica sonriente y escandalosa que aseguraba que habíamos sido compañeras de colegio. No te acuerdas? gritaba ¿del liceo? Soy Susana Carvajal, la que bailaba sevillanas, que siempre me ponía a tu lado, que tenía una falda morada con lunares blancos, que suspendía matemáticas, que me hice un esguince en sexto, que me gustaba Lucas el del C, ¿te acuerdas?, ¿te acuerdas? Mira tengo un niño, tiene cinco años, me he separado porque el padre era un cabrón y el niño tampoco se queda atrás, ja, ja, ja, que no, que es broma, que es muy rico, y tú? Te has casado? Estudiaste? Tú querías ser enfermera, no? Yo, al final no hice nada, trabajé en una tienda, de cajera, ahora vivo con mi madre pero estoy buscando curro, si te enteras de algo llámame, vale? Te dejo mi móvil, te lo apunto aquí en la servilleta. Hija, qué alegría me ha dado verte, es que yo no veo a casi nadie, vamos, veo a Julia, pero eso no cuenta porque somos vecinas, vamos, nosotras no, nuestras madres. Te acuerdas de Julia? Que era gordita, vamos, lo sigue siendo, la pobre, no se ha casado ni nada, yo creo que es tortillera, vamos, lesbiana, pero no sé, ella dice que no. Oye, cuánto me alegro de verte, a ver si quedamos otro día, más tranquilas, cómo te llamabas, Lucía, no? Yo asiento indefensa, al tiempo que me planta dos besazos, me mete la servilleta con su número de móvil en el bolso, agarra a su niño y se larga del bar sin que me de tiempo a decirla que ni me llamo Lucía ni he estudiado en el liceo ni la he visto en mi vida. De todas formas, creo que un día de estos la llamaré para salir de copas.
En mi familia hay un ángel y, aunque no somos religiosos, es algo que asumimos con absoluta normalidad. Estoy deseando que tenga un rato para acercarse a mí y rozarme con sus alas imperceptibles porque sé que si ella está, todo estará bien, seremos felices. Hoy tengo que compartirla porque tiene un trabajo muy importante que realizar y quien la necesita también sabe que teniendo un ángel a su lado las cosas no pueden torcerse. Los ángeles también tienen su orgullo. Ves, según estaba escribiendo esto me han llamado para darme buenas noticias.
¿A quién debemos dar el último beso? ¿Cuánto nos puede costar? ¿Cuándo se cierra el cupo, se cierra la puerta, se tira la llave, se renuncia a todo? ¿En qué momento se sellan nuestros labios y no deseamos besar a nadie más? Cuando el camino se bifurca ¿se puede tirar por la calle de en medio?
Porque siempre hay unos que se van y otros que se quedan pero ¿qué pasa con los se mantienen rilando, con un pie asomado al abismo?
Si no fuera por la moralina final de familia feliz y adúltero contrito esta peli se merecería un buen beso en la boca...Bueno, se lo doy de todas formas o precisamente por eso.
Estoy cocinando.
Entras en casa.
No me dices ni hola.
Me das un beso...
Con lengua.
Se me derrite la mantequilla.
Él dice: ¿podemos tomarnos luego un café?
Yo digo: claro, cuando quieras.
Él entiende: no tengo el menor interés, pesado, pero si te hace ilusión...
Él dice: mira, es que no sé lo que ha pasado para que dejemos de hablarnos (es que es como un niño, el pobre).
Yo digo: pues no tengo ni idea, tú dejaste de hablarme a mí.
Él entiende: tú sabrás, gilipollas.
Él dice: seguramente me voy a marchar de aquí y no quiero dejar malos rollos.
Yo digo: pues, por mí no hay ningún problema, como si no hubiera pasado nada.
Él entiende: yo, la verdad es que no tengo nada que decirte, así que ahí te pudras.
Me doy por vencida, está claro, a este muchacho le falta un hervor.