Cuando disfruto de una buena cena nunca estoy segura de si estoy cometiendo pecado de gula o de lujuria, un poco de cada, espero. La noche era, más que cálida, bochornosa pero la terraza, las fuentes y el feng sui ambiental encubrían la irrespirable atmósfera madrileña. Menú para dos: tempura de verduras, revuelto cremoso de setas chinas con chips de verduritas y para acompañar una botella de Oda Blanc bien frío que demasiado pronto estaba bocabajo en la champanera. Los segundos tardaron en llegar a la mesa lo suficiente para desearlos, poularda dorada y secreto de ibérico asado con sésamo y láminas de pera. El vino, ahora, Dominio de Valdepusa que terminó de convertirme en una persona feliz y mareada tambaleándose hacia el aseo sobre tacones de aguja de 20 centímetros. Postres a mezclar y compartir: espuma de vainilla con granizado de maracuyá y mascarpone con sorbete de mango y jengibre. De vuelta a casa, 32 grados, 2 de la madrugada, baja un grado y medio al pasar por El Retiro, nos saltamos las salidas de la autovía, terminamos en Toledo, vimos amanecer.
Como soy muy de colorines, fui al Reina Sofía en busca de Lichtenstein, tan pop, tan art, tan modenno, tan New York, tan queso, tan teléfono, tan puntos, tan espacios, tan grande... Sin embargo, un poco antes de entrar en el espacio cómico logotípico all about art, me pasé por los Monocromos de Malevich al presente, sin mucha convicción precisamente porque soy muy de colorines pero... ¡Cómo me sedujo lo monocromático! Un solo color se muestra desnudo y puro, existencialista, protagonismo de las formas y las tonalidades. Hasta el dorado pierde barroquismo y se simplifica, se llena de luz, como en Los libros de la luna, mármol y madera dorada, que te dan ganas de tumbarte encima. Los azules te llevan de paseo por los mares y los sueños. Los rojos te adentran en pasiones. La plata refresca. El negro y el blanco, contrapuntos maniqueos. Cada esencia explota y absorbe el contexto, experiencia subjetiva del color, del paradigma. Un solo color, mil miradas.
Por fuera, el Reina Sofía, que ya es otro, abre unas ventanas al cielo que vi con unos ojos que me prestaron en el Cantábrico. Es todo cristal y rojo y escaleras y grietas y modernidad, reflejos contemporáneos. Nouvel da la mano a Sabatini y se le trae a rastras hasta el siglo XXI. Un placer.
Al fin sola
Resulta que me han estado pagando de más en la nómina desde hace seis años y precisamente hoy se han dado cuenta en la gestoría y han llamado a mi empresa para comunicarles que, por un error informático, he estado cobrando más o menos tres veces lo que correspondía a un cargo de ínfima responsabilidad como el mío. Me ha llamado mi jefe a su despacho y, muy circunspecto él, me ha comunicado que le debo a la empresa más de 250.000 euros.
El caso es que, ahora que lo pienso, yo veía un poquito raro este tren de vida que podía permitirme, como que me codeaba con gente de superior estatus, pero vamos, lo llevaba divinamente. Hago un trabajo de mierda, solía comentar, pero lo pagan de puta madre.
Dice el de la gestoría que el error informático había multiplicado no sé qué índice por el salario base reduciendo la cotización por contingencias comunes, triplicando la antigüedad y otorgándome un sinfín de pluses y beneficios... En fin, que cobraba como un ingeniero y no tengo ni el graduado escolar. “Claro, así iba ella siempre de mona con los trapitos de marca”, “ya decía yo que vivía por encima de sus posibilidades”, “y el coche nuevo, jajaja, a ver cómo paga ahora el coche nuevo” comentan mis compañeras, muy solidarias ellas.
Así que, tal como les cuento, es posible que no vuelvan a verme por aquí ya que, como comprenderán, no estoy dispuesta a devolver ni un duro. Ya he puesto en venta el adosado y me las piro a una isla de esas que han visitado los príncipes de Asturias en su luna de miel, que allí no me encuentra ni el tato.
Y un güevo, les voy a dar yo un euro a estos ineptos despenseros de mi renta per càpita! Que hagan las cuentas con un ábaco si no saben utilizar los programas informáticos!
Anda, pide un deseo a las hadas, y dice la niña: deseo que haya hadas. Retórica hechicera, deseo desear deseos, que la magia sea mágica. La niña se acerca a la hoguera buscando duendes y sale chamuscada. El chico cruza la autopista para demostrar su amor a la chica y muere en el intento, muere de amor y de ignorancia en la noche mágica en la que ya no tuvo ni un deseo más.
Siempre quiero ser la Reina del Mambo y cuando no lo consigo me enfurruño y no dejo títere con cabeza.
La inmadurez es un privilegio que te aleja del camino correcto y te permite seguir jugando eternamente. Si todo el mundo confía en tu falta de criterio puedes equivocarte de modo permanente y nadie lo tendrá en cuenta. Cuantas menos certezas acumules con los años más liviano andarás hacia ninguna parte; nadie te pedirá consejo ni te hará responsable en ninguna medida. Eso es lo que hoy quiero de regalo: ser considerada una insensata inmadura, estólida, a la que no se le puedan pedir cuentas.
Como soy muy dada a las transformaciones frutales y ya es verano me he hecho sandía. Jugosa y roja y dulce y chorreante. Sandía de las que crujen cuando hiendes el cuchillo en su cáscara suave y se abre como un mundo de posibilidades y se muestra brillante, tentadora, fría y rebosante. Tengo lunares negros que pueden partirte un diente según donde me muerdas, así que ve despacio o asume el riesgo de un bocado temerario. No acepto cala ni cata, tienes que llevarme entera. Hoy soy una sandía y como es verano ya puedes comerme.
Cuando los pasos se empeñan en ir a trastabillazos no hay nada que hacer. Te veo bajar del coche y aprieto el paso para chocarme contigo pero entonces entras en una ferretería. Reduzco la marcha a ver si te pillo al salir, me asomo y departes absorto con el dependiente observando un artilugio desconocido. Desconsolada, sigo caminando, espero en el semáforo, dos veces da paso a los peatones hasta que me decido a cruzar asumiendo la imposibilidad del encuentro.
Llego a casa corriendo y acabas de salir, sólo queda tu aroma de prisa en el ascensor y caigo derrotada en el sofá.
Por la tarde te busco por los bares, en el cine, en la plaza, en el puesto de helados, en la feria, en el carrusel... En cada sitio alguien me dice que acabas de marcharte.
Cansada de correr, de tropezarme, de llegar a destiempo, me siento en un bordillo hasta que cae la noche, mirando por el rabillo del ojo, por si acaso regresas.
Ayer me reí como si me dejaran, con todo el cuerpo, poseída. Me reí desde por la mañana y hasta las tantas de la noche. Me reí como si me hubiesen dado permiso.
Estaba en mi salsa, rodeada de drags, superando con nota un casting para interpretar a la Niña del Exorcista. Registré corazones y levanté a los muertos, subida en lo más alto recibí los aplausos de un público entregado. Hoy estoy afónica, agotada y feliz. La catarsis de lanzar blasfemias a voz en grito me ha sentado de maravilla.
Al fin sola
Debajo del puente había un paquete de galletas maría hechas migas, un cinturón, dos calcetines y algo que parecía un jersey o una camiseta. Se les ha debido caer a los que viven en el parque, justo encima, así que hoy no tendrán desayuno ni podrán sujetarse convenientemente los pantalones. Aunque, tal vez, ni siquiera se den cuenta de lo que les falta en su estante de césped. De todos modos, me ha puesto muy triste ese bodegón de penurias.
Ahora me han hecho una herida unas sandalias viejas. ¿Cómo puede hacer daño algo a lo que se supone que ya deberías estar acostumbrado?
Ayer me corté con una lata de bonito en aceite. Fue un corte ácido y de un escozor siniestro. Metí el dedo bajo el chorro de agua fría, sangraba profusamente y la hemorragia teñía de rojo el lavabo, demasiada sangre. Me presioné con un algodón todo lo fuerte que pude pero enseguida lo tuve que sustituir por otro porque se empapaba de sangre, luego me puse otro, luego otro, luego otro y no paraba de sangrar. Lo intenté con una tirita pero ni siquiera pude pegarla porque tenía el dedo bañado en sangre. Cogí una toalla y me la enrollé como pude en el dedo. De repente tuve un negrísimo presentimiento. Corrí hacia la librería busqué, ya medio mareada, un libro de cuentos de García Márquez, tenía la visión borrosa y me costó unos minutos dar con él. En ese intervalo, la toalla empezó a soltar gruesas gotas de sangre sobre el parqué. Por fin encontré el libro que buscaba, abandoné la presión sobre mi dedo moribundo y fui pasando las hojas con la desesperación de un condenado. Allí estaba el cuento, ese cuento triste y letal en el que una novia que se pincha con la espina de una rosa y acaba muriendo desangrada por la picadura dejando un reguero granate sobre un paisaje nevado. No sé si llegué a terminar de leer el relato porque sentí que me alejaba del libro, de la habitación, de mi casa, de mi cuerpo.... Esta mañana he amanecido en la cama de un hospital, he mirado mi dedo y sólo tenía una rajita diminuta y superficial. Me han dicho que me desmayé del susto nada más cortarme, que no he sangrado nada y que me dieron un calmante porque gritaba nosequé de una novia moribunda con una rosa. Me han recomendado ir a ver a un psiquiatra pero yo sé que la lata de bonito pudo matarme. Yo lo sé y sé que vosotros me creéis, o no????
Jueves por la tarde, momento egoísta, todoparamí y sóloparamí. Mi cochecito rojo, mis cedés a todo volumen (que soy un poco macarra, aunque llevo las ventanillas cerradas para no deteriorar mi imagen) y de lleno al atasco, al salto de carril, al meterme en cualquier hueco. Destino: feria del libro (que si me descuido me la cierran sin esperarme).
Un poco como si fuera de fiesta entro en El Retiro, ya ha caído el sol y huele a Madrid filtrado en verde. Empiezo el paseo de palabras, busco, busco, busca, busca... husmea, encuentra, lee las tapas, las solapas, las primeras frases. Algunas casetas me empujan y no me dejan ni acercarme al tiempo que me advierten cómo volver a ser feliz tras la muerte de mi perro, cómo decorar la casa para vencer la fibromialgia, cómo hallar la luz entre las lúgubres sombras del destino, cómo comer hasta hartarme adelgazando sin parar y más.
Compré un montón de libros que quería y uno que no quería pero es que el vendedor era monísimo, estaba afónico y le puso tanto entusiasmo al recomendarme la novela que no supe negarme.
No es que me guste leer, lo que pasa es que este fin de semana abren la piscina de mi casa y como ninguna de mis vecinas me dirige la palabra, me tumbo en la toalla, meto la nariz en un libro y así parece que soy yo la que no quiere cuentas con el mundo.
Hace diez años que vino. Hace diez años que se fue. Mr. Sarajevo, dos metros de altura, gafas, buhardilla y cámara de cine. Impertinente, huyendo y llevándome por delante en su carrera, arrastras. Todavía se pasea de vez en cuando con su acento perfecto “te echo de menos”. Mr. Sarajevo mentiras, descalzo, bebiendo té helado, casándose, rodando, traduciéndome la vida, poniendo palabras en mi boca, cenando en mi casa. Mr. Sarajevo llenándome de atragantamientos, llamándome española, jugando a adivinar los colores de mi cuerpo, transmitiéndome angustias tan lejanas...
Entré en la habitación lanzando un suspiro: ¡Al fin sola!
Quería quedarme aquí en mi rinconcito, tumbarme, mimarme en ejercicio onanista, autocomplaciente. Solita.
En uno de mis alegatos feministas, allá por el mes de marzo, estando yo en mi púlpito, lanzando a voz en grito mis proclamas de hembra supersónica, cyber maruja ilustrada, va y se mete y me da la vuelta al discurso y me desconcierta.
No me lo esperaba porque ya digo que vine para estar un rato sola pero, claro, no es propio de Hannibal pedir permiso.
No contento con eso, me desarregla el patio, me hace convertirme en otra Clarice, me aleja de mis modelos y me pone un arma entre las manos, me condecora con atributos que no me pertenecen y me seduce. Y yo, qué remedio, me aplico cualquier cuento mal que me enajene, como una niña, como un solar disponible.
Pasa por mi invierno y por mi primavera con puntales y travesaños, experto constructor de sueños antropófagos, haciendo de su búsqueda del paraíso la mía propia.
Hanny y Clarice se van desencontrando a medida que se desconocen para no terminar de comerse nunca las fresas que recogen por el camino. Las mías van hoy de regalo por haber perturbado mi exilio.
¿Dónde va Venus, la loca?, ¿qué se propone?, ¿qué ínfulas son esas de intentar eclipsar al astro rey?, ¿pero, qué se ha creído la niña ésta? Venus, la vanidosa, la presuntuosa, la engreída, la soberbia. Venus, pequita diminuta sobre la roja luz inmensa, inconsciente empresaria... Quizá, después de todo, sólo pretende acariciar la impalpable substancia del ardor o fundirse en sus brazos, estrella enamorada...
Los nativos de las islas Trobiand creen que el varón no aporta nada a la concepción de un nuevo ser salvo abrir, a través del coito, el canal del parto. Sin embargo, como los hijos se parecen físicamente a sus padres, los trobiandeses lo explican afirmando que la mujer mira intensamente al hombre durante la cópula y transmite al hijo esa hermosa imagen y algo de la esencia paterna. Ternura trobiandesa, primitiva ternura.
Resulta que guardaba sin saberlo un montón de sobres vacíos, contenedores sin contenido, esterilidades. No me había dado cuenta de que había nudos antiguos en mi garganta, páginas pasadas que quedaron dobladas por alguna esquina, pequeños fragmentos de tristezas empecinadas. Después de tanto tiempo todavía persiste una ligera veta de musgo en el paladar, un aliento como una nube cargada de lluvia. Y es que no sé en qué momento ni por qué dejó de quererme.
Aquel junio que empezó rompiendo aguas me trajo anoche una luna llena color de rosa. Si la abrazo me advierte que no me ponga sentimental, la muy redicha, con esa cara que sabe a gloria. La que era una pizca coloradita ya se pone mis camisetas. Violeta dulce de caramelo morado, Violeta que se me derrite entre los dedos, saltarina, bailarina, que me toma la delantera a mí y al mundo, con esa pinta de chula, maestra esquivadora como la madre que la parió.
Hace poco que he aprendido. Requiere entrenamiento, flexibilidad, impulso. Hace poco que he aprendido y me sienta tan bien.... Veo el océano ante mí y, claro, estoy tentada de sentarme en la orilla y contribuir con mis lágrimas al aumento del volumen azul. Pero no. Ahora tomo impulso y me elevo, me elevo, doy un salto mortal, siete piruetas, siete quiebros, dos o tres volteretas y caigo limpiamente en la otra orilla. Ni las olas más altas consiguen salpicarme.
Sentada, con las piernas recogidas, la ventana abierta, el libro sobre el cojín, los rotuladores fluorescentes, una línea rosa, una línea verde, notas al margen, una colacola, un yogur. Qué feas son las mantas que tienden mis vecinos. Este fin de semana dicen adiós al invierno con suavizante y bolitas de naftalina. Estructuras mentales para organizar escenas de la vida cotidiana. Qué bien me vendrían para reorganizar mis propias escenas deslavazadas. Mendel ataca de nuevo con sus guisantes híbridos. Voy a poner un poco de verdura para comer. Las mantas tendidas en el patio de luces me quitan las luces del patio. Trapos sombríos y tristes, marrones y desleídos. Leo sobre los orígenes del patriarcado que parece que ha sido culpa nuestra, o mejor, de nuestras primas primates que se vendieron por un poco de carne para sus crías. Toma mi libertad pero dame proteínas. Hay que ver. Me duermo, me subrayo los sueños en rosa y verde, me tapo con la manta de mis vecinos que huele a guisantes de piel rugosa, construyo una estructura categorial lo suficientemente amplia como para que quepan todas mis dudas, fundo un partido feminista de babuinas extremistas y me despierto sobresaltada, sudorosa y suspensa.