Aunque no es primavera, me marcho a Praga. Aunque hace frío. Aunque la Navidad sea para pasarla con la familia. Me marcho a Praga para pasear por sus puentes, ver las luces, las sombras, oír la música, el viento
Me voy a Praga pero antes quiero dejar un beso navideño, contagioso, crecido, fresco y verdadero a todos: BESO AL QUE LO LEA
Vamos, a por los sueños!
Pues yo creo que no pasa nada porque a ti te guste una música y a mi... en fin, porque a mí me entusiasme un libro y tú no le encuentres la gracia, porque esa peli que me recomendaste al final no fue tan
, porque yo diga que sí cuando tú piensas que no. Yo creo que no pasa nada y lo digo porque cuando voy a abrir la boca y tú me la tapas con un beso, tiembla todo y entonces tu boca y la mía, y todo lo demás, parecen ponerse de acuerdo inmediatamente.
CARTA III
Nunca sabré de ti,
y eso lo supe
desde el primer encuentro.
Esta certeza tiene tanta fuerza
que es
como si tuviera noticias tuyas
a cada momento.
Clara Janés
Clara estaba muy triste cuando cayó en sus manos un poema de Vladimir. Fue una suerte de salvación. A veces, muy pocas, el arte tiene ese poder, nos hace resurgir. Clara se levantó. Necesitaba saber.
Llamó a su editor, esperando que él pudiese ponerla en contacto con aquel escritor checo que le hablaba desde sus poemas. Su editor le dijo que era un empeño absurdo pues Vladimir llevaba años desterrado voluntariamente en la isla de Kampa, alejado del mundo, sin hablar con nadie. Clara insistió y consiguió una cita con Vladimir. Fue un encuentro extraño. Clara, Vladimir y su editor. Vladimir apenas miró a Clara en toda la entrevista. Ella no sabía ni una palabra de checo y sólo pudo hablar algo con el editor del poeta. Se sentía una estúpida por volar hasta tan lejos para conocer a alguien que no se dejaba conocer. Pensó que el poema que ella había leído -y que le había devuelto las ganas de vivir- nada tenía que ver con aquel hombre opaco y dolorido. Regresó del viaje desilusionada, con el convencimiento de haberse equivocado. Pero a los pocos días recibió una llamada desde Praga, era del editor de Vladimir Holan, el poeta le pedía disculpas por su comportamiento, llevaba tanto tiempo solo que había perdido el oficio de relacionarse. Quería volver a verla cuanto antes, tanto ella como su obra le habían dejado muy impresionado. Clara prometió volver pero antes quería aprender checo. Lo hizo, aprendió el idioma y volvió a Kampa. Se enamoraron, quizá llevaban enamorados mucho tiempo y sólo esperaban el momento oportuno para encontrarse.
Y si mi vida fuese sólo la fotocopia de la vida de otro?
Y si todos mis pasos ya los han caminado?
Y si mis pensamientos únicamente son enciclopédicos?
Y si yo no nací?
Y si de mí nada surge, ni palabras, ni hijos?
Y si sólo me veis a través del espejo?
Quedarse clavado delante, sin respirar, por el presentimiento. Expectante. En el instante preciso en el que brota la flor, estalla. Ser capaz de escuchar la llamada un segundo antes del rasgado y situarse en el punto matemáticamente exacto, en la urgencia esencial. Estar allí cuando ocurren las cosas. Cuando hay que estar. Ser capaz de ver lo que no ve nadie. Oír el rumor. Acudir a la llamada imprescindible. Constar. Virar los ojos a lo impalpable. Percibir lo latente, el potencial.
No me doy cuenta hasta mucho más tarde, pero es evidente. Algo me va guiando siempre al espacio ideal del suceso que estaba persiguiendo. Sin saber.
Anoche leí Moderato cantabile, de Marguerite Duras, y me he quedado dentro, como un marcapáginas, un poco desolada, un punto confortada, comprendida. Ni una palabra de más. Las precisas para transmitir los puntos de sutura, los de ruptura. La lección de literatura. La ambigüedad que me hace humana, donde el deseo y la muerte tienen su espacio. Donde la mujer decide besar, saber, descubrirse, alejarse de lo que la persigue y arrastrarse por el olor de las magnolias que hasta entonces le mareaba, vertiginoso.
La pasión a la que le arrastra el grito de otra, que es su propio grito desesperado. Punzada.
El hijo que surge inventado. El hijo que sólo sirve para que ella sea.
Diálogo fracturado de hombre y mujer. Falta de espacio. Lugar inventado para la comunicación abstracta. Laberinto. Ocasos únicos y desconsolados, soles que se llevan las preguntas. Gente alrededor, como fantasmas, en otro sitio, en otra ciudad que nada tiene que ver con la de los amantes de café, los adúlteros del verbo. El deseo como un vino arrasador que se vomita, por el miedo.
Ni las palabras, ni las manos, ni el beso consiguen liberarnos. Ni siquiera la efusión lírica alivia el temblor.
Duras mínima, sugerente y escasa, como yo. Moderato cantabile. Molto espressivo.
Me contaba el otro día una pareja que no puede tener hijos que les han declarado no aptos para la adopción. Resulta que les habían concedido un niño indio con un problema de salud del que tenía que ser operado al llegar a España. Ellos pensaron que no podían hacerse cargo de un niño con problemas, sobre todo, decía el aspirante a padre, porque no nos garantizaban que el niño quedase bien después de la operación. No entienden por qué ahora les han declarado no aptos para adoptar teniendo en cuenta que viven en un chalet precioso, en una zona buenísima y podrían llevar a sus hijos a un colegio privado y hasta bilingüe. ¡Qué injusta es la vida, que injusta es la Comunidad de Madrid que te da los hijos sin garantía ni nada!
Toc-toc. Hay alguien en el corazón?
Pues no, ha tenido que salir de viaje.
Dónde se ha ido?
A París.
A París, por qué?
Porque todavía es otoño y ha salido un cielo rojo esta mañana y cantaba Carla Bruni en su radio despertador Quelqu'un m'a dit.
Sabes cuándo volverá?
Eso nunca se sabe.
Verdaderamente, los días así no valen gran cosa.
Va siendo domingo por la noche, casi lo es. Este ha sido un fin de semana de búsquedas. Desde el viernes hasta hoy. He estado buscando en el google, en la calle, en mi casa, en los bares, en el cine, en los libros, en los bolsos, los bolsillos, los álbumes de fotos. He buscado en las agendas, en las estaciones de tren, en todos los rincones, en los ojos de otros, en los propios, en labios, en espejos, en las tiendas de chinos, en centros comerciales, en mi cama, en la suya No, si me preguntáis, no lo he encontrado. No, si me preguntáis, no sé lo que buscaba. Como cabía esperar
Había una vez un niño que tenía un abuelo que sólo le contaba cuentos los miércoles de luna llena. Claro, le contaba muy pocos, porque no resulta nada fácil que un miércoles cualquiera la luna brille en su plenitud. Así, los miércoles y las lunas constituían la conjunción más deseada por el niño. Miraba al cielo y al calendario y buscaba los ojos de su abuelo, tras los que se escondían las ansiadas historias.
El niño creció con tan sólo un puñado de cuentos en su haber. Quizá fue esta misma escasez la que los hizo tan valiosos. Pero el niño no lo supo hasta muchos años después, cuando empezó a vivir deprisa, sin fijarse, y un día que estaba muy triste se dio cuenta de que guardaba en su memoria cada detalle de aquellas historias cicateramente dispensadas. Los cuentos de su abuelo le proporcionaron entonces consuelo de luna llena.
Los recuerdos son siempre surcos de lágrimas. Da igual que se hable de los años 60 que del 2046. La nueva película de Wong Kar-Wai rasca en la memoria, en los sueños perdidos, los momentos no vividos que se quedan ahí, como un poso de amargura, y que convierten al Sr. Chow, tan delicado y tierno en Deseando Amar, en un cínico que utiliza a las mujeres comprando, sólo al por menor, los abrazos que precisa.
Pero el Sr. Chow sólo quiere amor, como todos, como el viajero del 2046 que quiere regresar para encontrar la memoria perdida; como las androides, que tienen sentimientos de efecto retardado y si hoy sienten tristeza, llorarán mañana; como la mujer enamorada de un japonés, contra la voluntad del padre, que habla sola mientras bailan sus pies desconsolados; como la huésped de la 2046, que no quiere dormirse cuando él se marcha...
Y mientras, las espaldas, los pasillos, los espejos, las piernas, la lluvia en la farola, las lágrimas que crecen como gotas de sangre y llenan la pantalla. Todo mimo, sutileza, cosas casi contadas, casi soñadas, casi imaginadas... Y mientras, la música, el bolero, el aria... Y mientras, los colores, el humo, las pestañas... Y mientras, el silencio, el dolor, el amor, la pérdida, el recuerdo..., que siempre es un surco de lágrimas.
Estoy sentada aquí donde nadie me ha invitado. Yo, ella, él. Hasta el final de los créditos. Estoy aquí donde no debería. Rilando en el extremo de la butaca. A punto de caer. Manteniendo como puedo el equilibrio, la consciencia. Como esto es un cuento tan increíble, no lo contaré. Sólo digo que a veces la vida te guarda un asiento en el sitio que te corresponde y que hay más historia fuera que dentro de la pantalla. Eso sí, una historia privada. Versión codificada. Te acordabas de que prefiero la cocacola sin vaso, por eso lo dejaste en un extremo de la mesa.
Me temía que iba a ser una noche terrible: cena con empresarios para contarnos lo bien que se lo montan todos para que sus trabajadores puedan conciliar la vida familiar y laboral; una mesa llena de personas desconocidas, a excepción de una señora que lo primero que me contó al verme es que acababa de quedarse viuda. Pensé en recoger rápidamente los datos que me hicieran falta e inventarme cualquier excusa para salir de allí pitando.
Pero la gente es capaz de sorprenderte casi siempre y acabamos la velada como amigos del alma, riéndonos a carcajadas, mientras en el resto de las mesas, repletas de trajes azul marino, las conversaciones se minimizaban y proliferaban los bostezos.
El caso es que la señora viuda, que al principio nos advirtió de que era la primera noche que salía desde el fallecimiento de su esposo, terminó confesando que hace tres semanas se fue a París con una amiga y se lo pasaron de miedo. Después del primer plato, nos desveló además que tiene muy buen paladar porque padece dermografía y, por lo visto, la gente que tiene dermografía suele tener también lengua geográfica, esto es, hiperdesarrollo de las papilas gustativas. Hasta sacó la enorme lengua para mostrarnos sus recovecos.
El director de recursos humanos de una multinacional francesa, que había pronunciado una interesante ponencia antes de la cena (se convertirá en otro post un día de estos), que llevaba corbata y traje, aunque no azul marino, acabó reconociendo que veranea de camping en los Caños de Meca, hace nudismo y es fan, como yo, de los productos Hacendado de Mercadona (incluso brindamos por esto).
También había tres directivas de otras tantas empresas, una de ellas dedicada a la promoción de la igualdad de oportunidades de las mujeres en el mercado laboral, que se tuvo que marchar pronto porque se le iba la cangura y ella era monomarental.
Después de cenar, alguien repartió cigarrillos, como en las bodas, y aunque ninguno de los de la mesa fumábamos, todos encendimos el pitillo y nos despedimos, sin intercambio de tarjetas, pero reconociendo entre abrazos y besos lo encantados que estábamos todos y todas de habernos conocido.
Todas las hojas del otoño se cayeron de golpe, ayer.
Salí a la calle y las fui pinchando con el tacón de aguja hasta que recogí un buen puñado.
Luego las pegué todas en una cartulina.
Trabajos manuales que guardan estaciones, que recogen los pasos en tu alfombra oxidada y mi manta mullida.
Archivo de pisadas.
Collage fitológico.
Guardaré todo esto, el lago tinto del otoño, en un cajón bien protegido, donde no llegue el viento.
He descubierto en mí matices ocres y rojizos, por dentro de los ojos, en el cuello, hasta en la media luna de las uñas.
Todo mi mundo huele a luz de tarde.
La lluvia deja charcos por mi boca.
Alguien sabe cómo podría parar un ratito el mundo para quedarme ahí, donde quiero, en la tripita del buey que se mueve, donde ni truena ni llueve? Alguien tiene un cuartito de estar con chimenea, con sopita caliente para el alma? Alguien me presta abrigo, interludio, un paréntesis donde nada me hiera? Necesito refugio, madriguera.